jueves, febrero 01, 2007

Bitácora de Excursión
Día 2
Parte 1

Me desperté en la madrugada como eso de las 3:00 a.m., la razón fue un extraño “ruido blanco” que comencé a escuchar entre sueños. Para mi sorpresa y mientras iba cobrando conciencia me di cuenta que se trataba de una fuerte lluvia que al parecer tenía rato de haberse desatado. Inmediatamente me vino a la mente la fogata (que para esas alturas obviamente ya había sido víctima del chaparrón) así que no hallándole remedio a eso sólo me restó arroparme con mi sleeping y tratar de conciliar el sueño nuevamente, lo cual logré media hora después. El mismo ruido blanco que generaba las diminutas gotas que acribillaban nuestra tienda me llevaron lentamente a los brazos de Morfeo, hace muchísimo tiempo que no sentía esa paz y arrullo que logra dar la naturaleza y sólo ella, así que me dejé llevar hasta que de nuevo me sumergí en un profundo sueño.

Una de las cosas que alcancé a percibir antes de quedarme profundamente dormido, fue el intenso frío que había en la atmósfera interna de mi tienda, ya que mi pasamontañas presentaba algo de condensación de la humedad, al igual que algunas partes externas de mi sleeping bag. Calculo que la temperatura exterior estaba en algunos grados apenas sobre cero.

Varias horas después (como a las 8:00 a.m.) nuevamente fui despertándome lentamente y me di cuenta que el techo de la tienda era golpeado por esporádicas gotas de agua, por lo cual deduje que la lluvia había cesado y el goteo era ya sólo el efecto de el agua residual atrapada en las hojas y ramas de los árboles que nos arropaban, comencé a escuchar un leve murmullo de viento que hacía que las ramas de los árboles cercanos se mecieran pesadamente. Fue cuando recordé que no habíamos tapado la leña que juntamos el día anterior, así que ni modo, adiós calefacción. Nos conformaríamos con la llama de la hornilla mientras cocináramos, pensé. Al tiempo que me iba desamodorrando, escuché unos breves murmullos que provenían de la tienda de mi hermano, por lo que me percaté que ya se habían despertado. Apuré a Yenni para que hiciera lo propio y pronto ya estábamos preparados para salir al exterior. Una bofetada de viento gélido me recibió apenas abrí el zipper del lobby de acceso a mi tienda y me percaté que el fresco que cayó la noche anterior aún imperaba reforzado por el viento. Apresurándonos fuimos al río a lavarnos y tan pronto como terminamos nuestro aseo, acondicionamos la hornilla para preparar una bebida caliente que nos aliviara de tanto frío. Pronto mi hermano y Gabriela salían de su carpa preparados para desayunar y en un dos por tres ya todos teníamos nuestro chocolate caliente a la mano brindando sarcásticamente por haber “sobrevivido” a esa noche. Poco a poco el viento fue disminuyendo hasta convertirse en una esporádica y gélida brisa, así que volvió todo más fácil para cuando tuvimos que desmontar el campamento y prepararnos para partir. Aunque la lluvia había cesado, decidimos ponernos nuestros trajes de nieve por si nos sorprendiese en el camino la lluvia o la misma nieve. Mi hermano aún se quejaba de su pie, por lo que tomamos la decisión de irnos a un paso lento pero constante para ver qué tanto aguantaba. Antes de que acabara ese día el padecimiento de mi carnalito crecería exponencialmente hasta no permitirle caminar más.

Habiendo terminado de desayunar y de desmontar el campamento, como a eso de las 10:00 a.m., partíamos del punto en el que habíamos acampado y reanudábamos la caminata. El cielo cambiaba repentinamente de apariencia, y algunas veces se veía amenazadoramente nublado como si fuese inminente la descarga de todo su contenido y a ratos se podían ver retazos de nubes y niebla viajando a gran velocidad a través de las crestas de los cerros y montañas aledañas. El paisaje no dejaba de presentar un concierto visual y en lo personal me sentía como pez en el agua. El frío rozando mi cara y el olor a pino que inundaba el ambiente era la gasolina que me permitía seguir a pesar de la carga que tenía que transportar a través de las grandes pendientes y las resbaladizas bajadas.

Después de haber caminado unos cuantos kilómetros comenzamos a notar que una brisa imperceptible se convertía en una lluvia caladora, y toda nuestra humanidad comenzaba a sufrir los estragos de la gélida y fina agua que caía constantemente y en aumento. En ese punto del día mi carnal confesó que ya no aguantaba su pie, que la última vez que había revisado la situación, se había percatado que tres grandes ampollas se habían reventado y que iba caminando prácticamente sobre carne viva. Esa confesión me pareció que daba al traste con todo lo que habíamos logrado, aunque habíamos avanzado un buen tramo, aún faltaban dos terceras partes que recorrer y si el clima seguía de esa manera, lo más prudente sería detenernos y esperar a que el temporal pasara y de plano perder el día de caminata y acampar, puesto que una cosa es soportar frío extremo, pero la otra sería soportar el frío extremo más el riesgo de empaparse lo cual podría habernos traído consecuencias nefastas.

Nos detuvimos debajo de un par de pinos que crecían muy unidos a la orilla del camino y que nos ofrecían un resguardo ideal contra la fina lluvia mientras decidíamos qué hacer. El primer impulso que se nos ocurrió fue acampar por el resto del día y que mi carnal se curara sus heridas. Yenni y yo fuimos a explorar por el camino para ver si encontrábamos un punto en el paisaje en el cual plantar el campamento, desgraciadamente las opciones se limitaban a lugares abiertos y expuestos al viento y a la lluvia y cercanos al arroyo que serpenteaba junto al camino de terracería que seguíamos. Volvimos con los resultados de la búsqueda y le comunicamos a mi hermano la idea de plantarnos un centenar de metros más delante, cosa que no le convenció mucho en cuanto llegó al lugar. De pronto se le ocurrió la idea de hacer un poquito de trampa dadas las circunstancias y pedir a cualquier transporte que nos acercara a Guaguachique. Esa idea parecía la ideal dado que habíamos visto un constante tráfico de camiones de carga que iban y venían del aserradero llamado “El Cebollín” que queda muy cerca al poblado en cuestión. Ni bien habíamos quedado de acuerdo, comenzó a escucharse a lo lejos el motor de un vehículo entre las escarpadas paredes de roca que nos rodeaban. Al poco tiempo salió de entre los sinuosos recovecos del camino una camioneta que venía en nuestra dirección. Atiné a detenerla y explicarle nuestra situación. La persona en cuestión accedió de muy buena gana a dejarnos cerca del pueblo de Guaguachique, ya que iba a un poblado llamado Corereachi que quedaba de paso, así que ni tardos ni perezosos nos trepamos en la caja y avanzamos un gran tramo salvados de la lluvia y esperando que fuese la solución para que mi carnalín descansara un poco de las dolencias que lo venían agobiando. Pero eso sólo vendría a ser el principio de lo que se presentaría luego…
Continuará.

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